Hoy he vuelto a soñar con aquel día, con esa pesadilla, y me he despertado nervioso, inquieto, con sudor fría, sin poder quitarme esa imagen de mi mente, ha vuelto a mis malos recuerdos, de esos que todo el mundo quiere borrar definitivamente de sus vidas.
Por qué tuve que vivir esa situación, por qué he tenido que retornar a ese momento… Por qué me han castigado con ello… Tantas horas sin poder dormir, tantas horas pagadas, y nada baratas, de psicólogos; tantas terapias novedosas para olvidar y poder borrar un episodio tan oscuro de mi vida. Para qué todo eso si hoy he vuelto allí.
Joder!! con lo que empezó siendo uno de mis primeros trabajos, yo con mis 22 añitos, tan ilusionado, yéndome a ayudar a gente necesitada, refugiados y desplazados por una guerra civil. Iba a cumplir unos de mis sueños, ser cooperante de una ONG, y participar en una buena causa, en algo que valdría la pena vivir.
Cuando llegué a Kigali, Ruanda, todo emocionado, viéndome como el salvador del mundo, con mis ideas utópicas, mis futuros propósitos; imaginándome de forma ficticia la realidad del lugar.
Al llegar, a la sede de la ONG en aquel país; donde dormíamos y comíamos en nuestros pocos momentos libres, donde de vez en cuando nos podíamos comunicar mediante vía Internet o telefónica con nuestras familias…; ya nos dijeron a los novatos unas palabras que nos harían pintar un poco más la realidad de la situación, nos dijeron:”… nosotros no somos ángeles venidos de cielo, somos personas, y ante todo tenemos que mirar por nosotros, así que no os entrometáis en disputas del lugar, sólo hemos venido a ayudar en lo que podamos. Nos queráis convertiros en héroes, porque los héroes están enterrados, así que sólo ceñiros a las normas establecidas; sólo hemos venido a facilitar la asistencia médica, víveres y algunas cosas más, pero no a mediar con las partes en guerra; para eso ya están nuestros políticos, si se pueden llamar así y si le prestan atención a este pobre país y sus gentes…, bla bla bla…”
En ese momento pensé que era para meternos un poco de miedo, para que fuéramos estrictos con las normas que había. Pero pronto pude ver que era un buen aviso, que allí la gente no iba con tonterías, y que la vida tenía un valor ínfimo, menos que una barra de pan o una botella de agua; sé que en un país como el nuestro no tenía sentido, pero allí, en esa situación tenía mucho que ver, ya que podías sobrevivir dos o tres días más, agarrándote a la vida como fuese; pero nunca entendería ni entenderé el matar por un mendrugo de pan o un vasito de agua.
Antes de empezar a realizar las rutas por los barrios del extrarradio de la ciudad, y posteriormente por los pueblos, estuve en la sede conociendo la zona sobre los planos, familiarizándome con los artilugios que necesitaríamos y sobretodo con nuestros guías e intérpretes, los que nos acompañarían a lo largo de esa labor que había escogido. Mis padres, hermanos y amigos me tomaban por loco, ya que no entendían el cambiar un viaje de un mes recorriéndome Perú o China, para irme de ayuda humanitaria a un país en conflicto armado.
Había pasado casi una semana cuando empecé ya con las rutas, ya teníamos hecho el inventario de lo que teníamos que utilizar cada día, y empezó la cruda realidad y el duro trabajo de campo… A partir de ese momento fue cuando entendí y vi la verdadera realidad de la guerra, según por donde pasábamos, nos encontrábamos cadáveres en medio de la calle polvorienta, los niños jugando, como si fuese habitualmente, los caninos disipando dichos cadáveres, animales de carroña… Que si a este niño hay que ponerle tal vacuna; que si a aquella persona mayor tenía fiebre y la teníamos que hospitalizar tantos días por un simple constipado o se iba «al otro barrio»; que si a aquella persona le teníamos inyectar calmantes ya que estaba moribunda y era tontería tratarla de todas formas, así que era más fácil que al menos no sufriese, porque sabía lo que le esperaba. Teníamos
que hacer la dura elección para descartar a los que no tenían posibilidades de sobrevivir; eso es un trabajo repugnante, pero había que economizar medicamentos y víveres…
Después de un tiempo, que siempre era la misma rutina de hacer nuestras rutas por extrarradios de la ciudad y pueblos, y ya había pasado dos meses, sobrepasando más del tiempo que en teoría tenía que estar, llegó un nuevo contingente de voluntarios; en el cual, apareció ella, mi querida Sandra, una chica morena, ojos color miel, risueña, que desde el primer instante que me fijé en ella, perdí toda mi orientación y el control de mi ser, creyéndome que estaba en el paraíso junto a mi musa. Que bonito estar enamorado, aunque no sea
correspondido, sólo el hecho de que hable contigo, el que te mire, el que cualquier tontería o cosa que te diga o haga, uno mismo lo magnifica o lo exagera cientos veces más… Después de tanto sufrimiento visto y vivido en vidas ajenas, encontrarte con ese ángel que llega a tu vida, extendiendo sus alas para envolverte y protegerte de todo esa miseria y locura que te rodea. Mi imaginación en esos momentos me estaba apartando de la pura realidad; y ella creo que ni siquiera todavía se había fijado en mí.
Pasaron tres días, hasta que hablé por primera vez con ella; me tocó informar al grupo nuevo, más o menos lo que hacíamos en aquella zona, y las rutas que solíamos hacer; y también me tocó meterles un poco de miedo en el cuerpo, lo mismo que hicieron conmigo. Me costó entablar conversación con ella, estaba un poco avergonzado, no sabía que contarle, así que como iba preguntando ella sobre la situación de la zona, la labor que realizábamos, algunas veces yo me desviaba del tema, me andaba por las ramas, como aún sigo haciendo a veces, y le contaba un poco sobre mi vida, o tonterías que se me pasaban por la cabeza. En esos instantes, ya tenía ese cosquilleo que me corría por todo el cuerpo, ese inocente tonteo y nerviosismo.
Con el tiempo, ella me llegó a coger estima, ya que salía muchas veces en mi grupo de trabajo, y siempre que podía la escogía como pareja de trabajo, con esa excusa acercarme
más a ella, algo bueno tenía que tener ser el responsable de repartir las parejas del grupo de trabajo.
Así pasaron tres semanas más, y cada vez estábamos más cerca el uno del otro. Siempre me acordaré cuando ella, en el pueblo de Rutunga en la provincia de Gasabo, cogió entre sus brazos a una niña de unos dos años, a la que miraba con una mirada tan tierna, casi maternal, como si la quisiese proteger de aquella atroz situación de guerra, y sin darse Sandra cuenta que la miraba, haciédole una foto, que aún la guardo en mi retina; viendo a ese ser angelical, abrazando a un ser tan indefenso, con sus trencitas, sin saber el final que le esperaría con tan corta edad.
Durante ese tiempo estuvimos tonteando, flirteando y teniendo nuestras cosillas; jugando por las noches a las cartas; teniendo largas charlas a las tantas de la noche; sobre temas de la bondad del hombre, el destino del planeta, etc., temas filosóficos o no; perdidos en un país lejano del nuestro, etc., cada vez yo estaba más embobado por ella; hubiese dado mi vida por ella, pero… Es que nos pasamos mucho tiempo juntos, tanto trabajando como en la sede, hacíamos un buen
equipo, teníamos “feeling”, nunca sabré si ella algún día sintió algo por mi.
Un día, haciendo de vuelta la ruta, pasamos por aquel pueblo donde Sandra tuvo en sus brazos a aquella niña, nos encontramos que habían llegado los paramilitares, y nos hicieron detener los vehículos, ya que íbamos a pasar de largo para no entrometernos y que no nos detuviesen para decomisarnos las mercancías y medicamentos, pero fue en vano. Vimos como iban arrastrando y obligando a los ciudadanos del pueblo a hacinarlos en un edificio, los que se retrasaban un poco, los obligaban a base culatazos de fusil, y los pocos se resistían le daban el “pasaporte de despido”, pegándoles un tiro en la misma sien sin ninguna compasión; los niños llorando, los animales que iban de un lado a otro huyendo de los saqueadores, e incluso algunas veces se oían gritos de alguna mujer que era violada por algún desalmado, todo era un caos…
A nosotros nos sacaron del todoterreno, estábamos todos nerviosos, y nos reunieron al lado del mismo vehículo, increpándonos, pidiéndonos los pasaportes y la documentación. Nosotros les mostramos los salvoconductos que nos habían facilitado, pero esta gente la verdad que no les hizo mucha gracia. De repente, Sandra salió corriendo hacia la niña de trenzas, que estaba llorando y se le acercaba un paramilitar con un machete largo en la mano, y ella se imaginó lo peor, saliendo corriendo para socorrerla, no me dio tiempo a cogerla de la mano, así que salí de tras de ella, cuando de repente, noté un golpe fuerte en el estómago, otro en la espalda y al caer al suelo como si fuese un plomo, otro en la cabeza. Me habían dado tres culatazos de fusil que me dejaron KO.
Yo inmóvil, sin poderme mover, notaba como algo caliente me recorría la cara, y con un fuerte dolor de cabeza, y al abrir los ojos, con dificultad, ya que entre la sangre que me recorría la cara, y parte de la cara chafada en el suelo, pude contemplar como Sandra cogía en brazos a la niñita que estaba llorando, protegiéndola del paramilitar. Hubiese preferido más ser yo que ella, pero la suerte o la mala suerte, o el destino lo quiso así; y a partir de aquí ya no he sido el mismo, no sé si soy persona o un muerto en vida, pero no lo podré olvidar nunca por mucho que lo intente. A continuación, a negarse Sandra de entregar a la niña, los paramilitares le arrancaron a la criatura de las manos, y acto seguido, bofetearon a Sandra; la obligaron a ponerse de rodillas, le hicieron unos cuantos cortes en la cara, le arrancaron la camiseta, haciéndole posteriormente más cortes en el pecho y en la espalda mientras que ella imploraba que la dejasen, siendo en vano todo aquel esfuerzo, y seguidamente sin
más miramiento, la degollaron; brotando la sangre por todo, desangrándose allí en medio… Mientras la estuvieron torturando, yo intenté levantarme para ir a protegerla y jugarme mi propia vida, pero no pude. Estaba paralizado por los golpes recibidos. El único gesto que podía hacer era cerrar los ojos, y fui tan cobarde que no quise verlo; escuchaba sus gritos y llantos, sin poder hacer nada cosa que nunca me podré perdonar y algún día tendré que pagar por ese precio tan elevado.
Parece que después de ver como la degollaban, según tengo entendido, me desmayé y fui trasladado al hospital de la ciudad de Kigali donde estuve un tiempo ingresado y posteriormente repatriado a casa. Me enteré que la niñita, junto a los suyos, ciudadanos del pueblo, fueron hacinados en aquel edificio, al cual, los paramilitares bloquearon las salidas y le prendieron fuego.
Mis compañeros, después de lo de Sandra y lo mío, les dejaron marcharse; y los paramilitares, saquearon el pueblo, incendiaron unos cuantos edificios más y se marcharon del lugar…
Hoy estoy ya en casa, después de siete años, sin poder dormir, con una pesadilla real, y con la moral y la personalidad tirada por el suelo, ya que nunca podré recuperar la ilusión de la vida después de vivir aquello. Tantos medicamentos, tantas horas de psicólogos, tantas vidas truncadas… Hubo un tiempo que me refugié en el alcohol, pero lo único para lo que me sirvió fue para deprimirme más aún, y tener pensamientos suicidas. Las relaciones que intenté tener después de eso, fueron todas un fracaso. Estoy harto de darle pena a mis amistades y que me traten de esa forma tan peculiar.
Pensaba que lo tendría superado, pero hoy me ha vuelto a la cabeza, no sé sí esto tendrá algún significado, pero me gustaría reunirme con ella, pero sólo hay una manera, y no
sé si seré lo suficiente valiente para hacerlo; pero sé que la vida sigue hacia adelante, pero no sé dónde ni sé si para mi…